También fue en un festejo, y como
aquellos jovencitos de Verona, el quitarse el antifaz develó la realidad. Estos
dos no duraron tanto en su amor que tampoco fue tan fugaz, pero la realidad los
llevó a una pasión desenfrenada que no estaban propuestos a abandonar; porque
lo que los perseguía era una enfermedad mortal que llevaría al mundo entero a
las fosas comunes. Ni siquiera ya había lugar en los adustos cementerios. Ellos
no estaban exentos, creyeron que su pasión los libraría, que el ardor de sus
cuerpos entrelazados iban a vencer a las bacterias que asomaron durante esos
meses la ciudad donde vivieron el fugaz romance, que no por decir romance se
aliviana el amor apasionado. Pero estaba predicho, y confirmado por el escritor
del cuento, ambos fueron desechos por su mismo fuego, parecieron un volcán en
erupción, salpicando pasión como una lava hirviendo sobre su lecho de amor, sus
alientos, sus perfumes, sus ropajes y sus cuerpos se deshicieron formando una
sola cosa con una imagen poco descriptible, era una constante flama que brotaba
y emanaba llamas perfumadas que llegaron al Cenit. Los dioses que crearon esta
forma de extinción de la Humanidad vieron que el amor, otra vez fue mas fuerte
y decidieron soplar cada día hasta hoy para que ese amor, ese fuego, jamás se
apagara.
Hugo Dante Valia-28/3/2020