Ante el trono de madera
Solo un retazo de
vida
Y en las manos mi
miseria.
Con esto me fui
vestido
Así me acerqué a su trono.
Un trono de más
extraño
madera, lanzas y
sangre,
soldados,
chusmas, verdugos.
Un hombre que me
miraba
parecía querer
abrazarme.
No percibí su
intento
No pude
interpretar nada
Compasión, quizá
ternura
Me miraba, y
lloraba.
Parado con mi
ropaje
sucio harapiento esperaba.
Tal vez quería decirme
algo que yo no
sabía.
Allí me quedé
esperando
creí que él
bajaría
tan solo a darme
un abrazo.
Pero nada de eso
hizo
Solamente me
miraba.
Sus brazos no se
soltaron
No recibí ni palabra
Agonicé junto a
Él.
El cielo se puso
oscuro
desgarrador fue aquel
grito
que oí en ese
momento.
Parece llamaba al padre
Ninguna voz
respondía
El cielo era de
bronce
Oscuro e
impenetrable
Clamaba que lo
salvaran
No tuvo un
benefactor.
Muchos mirones
gritaban
Burlando otros reían
Unos lloraban,
otros se iban.
Agonizó ésta mi
alma
a los pies de
aquel entronado
en aquel trono de
madera
aquel que no
conocía.
Luego de mirar al
cielo
cerró sus ojos;
silencio…
ese que no
conocía
ese que murió
enseguida.
Finalmente lo
bajaron
de su trono lo
sacaron
había muerto, había muerto.
El hombre no
respiraba.
Más algo nuevo
viví
De solo estar a
su lado
Mi vida cobró
sentido
Miré mis manos y
vi
Que sucias ahora no estaban
Ya no cargaban
basura.
En cambio miré
sus manos
Vi que todavía
sangraban
Y su pecho aún
destilaba
Agua pura y mucha
sangre.
Su madre lo
abrazaba
Casi que lo
acunaba
con ternura y
sollozaba.
Y ya no pude, no
pude
No pude seguir
mirando
Aquellas miserias
mías…
De hecho ya no
tenía
ninguna de ellas
conmigo.
Ante el trono de
madera
De pronto miré mi
ropa
de rojo sangre
teñidas.
Ese trono era Real,
y Él sentado en ese podio
reinaba con
autoridad.
Me dijo
amorosamente
Tranquilo amigo,
no temas
que ya todo está cumplido
Te daré una ropa
nueva
Hoy serás otra
persona.
No podía cavilar
de qué me hablaba
ese hombre
Pero raro es decir hombre,
cuando el que
habla no es hombre
Es rey, es
príncipe, es Dios.
Su trono mudó madera
a oro muy
refulgente
Su corona eran
joyas
Engarzadas ya no espinas.
Mi ropa me
asombraba
Tan reluciente y
bordada
Sin saberlo yo
siquiera
Entré a su
palacio, al Reino
Fuera se quedaron
todas
las culpas,
llantos, vergüenza
Desventuras y
heridas
desesperanzas, y
líos
Culpas, llanto y
vergüenza.
Las puso en su
redoma.
A su lado, a sus
pies estaba
yo recostado
estaba
casi al borde de
su manto
sin levantar mi
mirada.
El se inclinó
para alzarme,
me dio besos y abrazos
me dijo que me
entendía
Que llegaba el
nuevo día
con ternura sosegada
escurrió todos mis lloros
Me puso calzado
nuevo
Me dijo: entra a mi
Reino, vamos.